Acupuntura urbana: ¿contra la inseguridad y la fragmentación?


The question of what kind of city we want cannot be divorced from that of what kind of social ties, relationship to nature, lifestyles, technologies and aesthetic values we desire. (…) The freedom to make and remake our cities and ourselves is, I want to argue, one of the most precious yet most neglected of our human rights.
David Harvey (The Right to the City)



De las medidas que el gobierno uruguayo anunció el 20 de junio, como parte de su Estrategia por la Vida y la Convivencia, es decir para reducir la inseguridad ciudadana, la de la legalización de la marihuana fue sin lugar a dudas la más farandulera, recibiendo gran atención nacional e internacionalmente. Una de las que pasó más inadvertida en aquel momento ha tomado merecida relevancia en el último mes en algunos medios de prensa[i] y quiero dedicar hoy esta nota a reflexionar sobre ella, celebrarla y plantear algunas inquietudes acerca de sus alcances. Su importancia aumenta, además, porque a diferencia de la de la marihuana, esta medida ya se está implementando. Me refiero a la inversión en infraestructura urbana de alta calidad en algunos puntos empobrecidos de la ciudad bajo la forma de “plazas de convivencia”. 
Bajo el lema “más barrio y más vida” la propuesta es apostarle al espacio público de modo de generar dinámicas de convivencia sin temor, sin inseguridad, en la periferia empobrecida de la ciudad.  Así, el gobierno ya está trabajando en una plaza  en el Cerro y proyectando otra en el barrio Ituzaingó (donde está el Hipódromo de Maroñas). En ambos casos, los emprendimientos combinan infraestructura para recreación y deportes, estética y funcionalidad. A pesar de que cada uno tendrá sus particularidades, el modelo es algo similar al implementado en el Parque Liber Seregni, en el centro de la ciudad, cuya singularidad atrae a vecinos y visitantes a una manzana de la ciudad que por mucho tiempo permaneció abandonada, deprimida e insegura.
Ningún interesado en la ciudad puede estar en desacuerdo con medidas de este tipo. Por lo general solemos ser fans del espacio público y más cuando, como en este caso, lo que se propone es pagar deudas sociales y urbanas con zonas que han sido muy abatidas en los últimos años. Celebro entonces esta iniciativa. Quiero problematizar sin embargo los alcances de la misma y para ello me voy a centrar en dos de los alcances que desde el gobierno se han manejado para justificar la propuesta: seguridad e integración.
Que los espacios públicos barriales habitados sirven para el control social y la seguridad es una idea vieja en urbanismo, planteada por Jane Jacobs[ii] y muchos otros. Si los habitantes de esas zonas se apropian de estas plazas barriales, seguramente, además de generar sentimientos de pertenencia y de dignidad, se generarán también sinergias que mejoren la seguridad. Sin embargo, aun ni en la ciudad que inspira estas obras, Medellín y su “urbanismo social”, donde se han gastado millones en infraestructura urbana de altísima calidad y sentido estético en barrios populares, es claro su impacto sobre el delito. A pesar de que los homicidios bajaron en la ciudad más letal de la Colombia de los años 90s, muchos sostienen que ello se debe no al urbanismo social sino a dinámicas internas del narcotráfico (el fin de los grandes carteles).   
En relación con la fragmentación, uno de los asesores del Ministerio del Interior, Gustavo Leal, decía en una entrevista que las plazas de convivencia pretenden generar más integración social a partir del encuentro con un diferente[iii]. En una ciudad crecientemente segregada como la montevideana, donde los barrios pobres son cada vez más homogéneamente pobres y los habitantes de clases medias y altas temen cada vez más salir de las zonas de la ciudad que sienten seguras, éste es un objetivo difícil de lograr. Sólo con intervenciones de la magnitud de la icónica Biblioteca España en Medellín, se puede generar la curiosidad de habitantes de otras zonas y turistas (ver foto). 
Más allá de estas dificultades, sin embargo, está claro que sin esos espacios públicos, el logro de una ciudad integrada será más difícil. Si bien no aseguran mayor seguridad y menor fragmentación, estas iniciativas al menos lo hacen posible. Invertir en otros espacios públicos tradicionalmente más pluriclasistas como el centro de la ciudad, la Rambla o parques como el Rodó también.
Finalmente, en la receta deben estar la sostenibilidad y la integralidad de estos proyectos. El caso de Bogotá, cuyo exalcalde Mockus es uno de los asesores de la propuesta de las plazas de convivencia, es un caso no siempre positivo en cuanto a la sostenibilidad de algunas de sus intervenciones. Hoy en día Bogotá está en crisis de movilidad y poco queda de la “cultura ciudadana” que este alcalde quiso implantar[iv]. El caso de Medellín, por su parte, de donde también recibimos asesores, muestra no sólo éxitos.  La persistente situación de pobreza, desplazamiento interno y homicidios en la Comuna 13 de esa ciudad deja ver, por ejemplo, que no alcanza con una obra majestuosa de infraestructura como un teleférico (Metrocable).[v] Obras urbanas y sociales integrales que acompañen esa acupuntura urbana son clave para el éxito de los proyectos. Aparentemente, según la propuesta del gobierno uruguayo, esta integralidad será parte fundamental de las intervenciones y se apoyará en coordinaciones interministeriales. Ojalá veamos en un tiempo artículos en el New York Times sobre el caso exitoso de Montevideo, la ciudad que se reinventó y reintegró, como vemos hoy acerca de Medellín.[vi]


Foto: Medellín,  Línea K del Metrocable  con la Biblioteca España detrás. Foto tomada por Julio D. Dávila. Aparece en: Brand, Peter y Julio D. Dávila. 2011. “Mobility innovation at the urban margins. Medellín's Metrocables.” Cities, 15 (6).  


 

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